Revisionismo
Posición teórica aparecida en el seno de la IIª Internacional que defendía que el capitalismo había superado o estaba superando sus propias contradicciones, por lo que era perentorio hacer una «revisión» de los fundamentos marxistas, renunciar a la perspectiva revolucionaria y redefinir a los partidos socialistas como partidos democráticos defensores de reformas sociales.
Origen del revisionismo
Tan solo dos años después de la muerte de Engels, Bernstein, uno de sus albaceas literarios, publica en el «Neue Zeit», la revista teórica del SPD, una serie de artículos que luego aparecerían como libro bajo el título «Las premisas para el socialismo y las tareas de la socialdemocracia». Es la primera argumentación teórica del reformismo. Su conclusión final: «El partido debería presentarse como lo que es: un partido democrático de reformas sociales».
En un primer momento, la dirección del partido, pareció no tomarse en serio la embestida. Kautski, director de la revista, dio el plácet a la publicación, pero tampoco se molestó en plantear una respuesta aduciendo falta de tiempo y ganas de polemizar. A fin de cuentas, Bernstein era un amigo de «los años duros de las leyes antisocialistas». En realidad, muertos Marx y Engels, la teoría había perdido centralidad y peso en la vida cotidiana del partido. La dirección real del movimiento recaía en el grupo parlamentario, que se confundía con el grupo directivo orgánico y en los popes sindicales.
El papel de los debates científicos se consideraba ya poco menos que como un programa cultural del partido, una actividad especializada y en el fondo inútil como unos juegos florales que, en el mejor de los casos, tenía la virtud de mantener ocupados a jóvenes impetuosos e intelectuales con aspiraciones políticas sin afectar a las bases.
Si el oportunismo había sustituido al análisis teórico consecuente en la formación de metas de la dirección, el reformismo era su cotidianidad discursiva inconfesada. El propio secretario del partido, Auer, un viejo demagogo que ocupaba el cargo desde 1875 y a esas alturas era ya un «pope» feliz y bien asentado, mandó una famosa carta secreta a Berstein, que se haría pública décadas después, reconviniéndole al modo jesuítico y cínico de los burócratas de todos los tiempos:
Mi querido Edu, uno no toma formalmente la decisión de hacer las cosas que tú sugieres, uno no dice esas cosas, simplemente las hace.
Ignacio Auer. Carta privada a Eduardo Bernstein, 1898
Así que el reproche silencioso de la vieja cúpula socialdemócrata a Bernstein no se producía por «revisar», como pretendía su libro, el programa marxista, sino por dar forma teórica a la realidad del reformismo que lo había carcomido y cuyo centro estaba en el grupo parlamentario y la dirección sindical.
El verdadero peligro para ellos estaba en un debate público sobre bases teóricas serias: no querían colocar a la masa de miembros del partido, a las famosas bases, como jueces, no fueran a poner en cuestión el confortable ambiente de conciliación de clases que reinaba de manera creciente en las instituciones del estado alemán. Ninguno entre ellos veía tampoco la necesidad de arriar la bandera revolucionaria como planteaba Bernstein. El oportunismo permitía conjugar una práctica reformista indistinguible de la de un partido pequeñoburgués sin dejar de mantener encuadrada a la parte más consciente de la clase.
La primera respuesta vendría de una joven polaca, y por tanto súbdita rusa, recién refugiada y nacionalizada alemana, que entonces tenía 27 años: Rosa Luxemburgo. Fueron dos artículos, el primero publicado en septiembre de 1898 en Leipzig, que se republicarían como libro en 1900 bajo el título de «Reforma o Revolución».
El trabajo se convirtió en la principal base teórica de la Izquierda de la IIª Internacional, pero no dio paso a un debate sincero y con consecuencias, la burocracia del partido cerró filas contra Bernstein como forma de no someter a discusión su propio oportunismo. El congreso del SPD de 1889 en Hannover se abrió con un informe de seis horas de Bebel que convirtió los cuatro días de debates en un verdadero juicio, casi linchamiento, a Bernstein que estuvo a punto de ser expulsado. El espectáculo de hipócrita profesión pública de fe del partido se repitió luego en los sindicatos, reafirmándose sin excepción todas las organizaciones socialdemócratas alrededor de la lucha de clases y la perspectiva de la revolución.
La gran derrota teórica y pública del revisionismo de Bernstein fue la gran victoria del oportunismo de los popes del partido y los sindicatos. Como Auer, todos pensaban y reconocían en la intimidad que en realidad el partido ya era como Bernstein proponía. Pero aceptarlo frente a la masa de militantes y votantes obreros les privaba de la poderosa imagen de ser aguerridos revolucionarios contenidos tan solo por un ejercicio de responsabilidad histórica.
En realidad todos creían la discusión fútil porque prácticamente ninguno compartía ya las predicciones marxistas. Nunca pensaron que se iban a enfrentar a una crisis hecatómbica del capitalismo, a una guerra mundial de exterminio y mucho menos aun a una revolución obrera mundial. Y sin embargo, cuando llegó el momento, cuando la guerra estalló y tuvieron que tomar bando, ninguno de ellos dudó ni por un solo instante de cerrar filas con la burguesía y su estado.
¿Existe revisionismo hoy?
No, por lo mismo que no existe reformismo: nadie cree que las «reformas» propuestas por la izquierda del sistema conduzcan al socialismo... ni siquiera lo pretenden.
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