Proletarización

Proletarización

Originalmente fue el proceso de transformación de los productores independientes en asalariados productores de plusvalía. Después se amplió para recoger la integración dentro del proletariado de las capas medias de la sociedad burguesa.

La proletarización del campesino independiente y el arrendatario

El problema principal que cerraba el paso a la formación de una sociedad mercantilizada en la que la inmensa mayoría de los trabajadores viviera en núcleos urbanos y sin trabajar tierra alguna, era la bajísima productividad agrícola pre-capitalista. Por eso las condiciones que hacen al capitalismo posible -y diferente de anteriores modos de producción- hay que buscarlas en el campo, no en la ciudad. El proceso se inicia en la Inglaterra de los siglos XVI y XVII.

La burguesía y la aristocracia aburguesada impondrán dos cambios fundamentales: la nacionalización, cerco y subasta de las tierras comunales, y la carga de impuestos a las propiedades, que impulsó a los latifundistas a aumentar las rentas pagadas por sus arrendatarios.

La subida de los alquileres de la tierra obliga a medio plazo a incrementar la productividad para poder afrontar las rentas. Desprovistos del «seguro» tradicional de las tierras comunales, o los arrendatarios aumentaban la producción por persona empleada o eran expulsados por los terratenientes. El incremento de la producción hará bajar los precios de la comida y ayudará a alimentar a los campesinos expropiados que se verán obligados a trabajar en los campos de los nuevos arrendatarios o huir a las ciudades para vender su fuerza de trabajo.

El proceso empuja a los arrendatarios supervivientes a convertirse en granjeros capitalistas y competir contra otros capitalistas a base de contratar mano de obra desesperada por salarios de miseria o abandonar sus propiedades por la fuerza y trabajar como proletarios.

Es la primera proletarización, que toma la forma inevitable de miseria rural y migraciones masivas. Se están creando las dos clases principales de la sociedad capitalista a partir de la transformación del campo feudal. A finales del siglo XVIII casi la mitad de la población inglesa vivía ya en las ciudades como proletarios, listos para entrar el fase industrial del capitalismo. Una proporción que no se alcanzaría en otros países europeos, como España, hasta mediados de los años cuarenta del siglo XX.

Este proceso se repitió a base de «desamortizaciones» allá donde la burguesía se hacía con el poder. Y desde las administraciones coloniales donde las potencias capitalistas llegaban como conquistadoras. Solo así el capital podía escapar de la «estrecha base» del ámbito estrictamente capitalista y realizar la plusvalía.

En este primer momento, la proletarización del productor independiente o integrado en un modo de producción anterior (el jornalero, el aprendiz gremial, etc.) es meramente formal: el capital absorbe y explota su trabajo pero solo puede incrementar sus ganancias aumentando la plusvalía absoluta. Después el capital transformará esa producción de abajo arriba, desarrollándose sobre todo sobre el incremento de la plusvalía relativa, forma dominante en el capitalismo ascendente. Esta evolución en dos movimientos es lo que Marx llamó subsunción formal y real del trabajo en el capital.

La proletarización de la pequeña burguesía

Pero la tensión a la proletarización no ceja con ese primer golpe. A cada cambio tecnológico, pequeños y medianos capitales aprovecharan la reducción de escala producida por el incremento de la productividad del trabajo para afirmarse. Al hacerlo abrirán una nueva rama, un nuevo mundo de colocaciones para el gran capital que acabará desplazando o absorbiendo a los pequeños capitales pioneros y proletarizando a los pequeños capitalistas.

De acuerdo con Marx, la misión de los pequeños capitales en la marcha general del desarrollo capitalista es ser los pioneros del avance técnico, y ello en dos sentidos: introduciendo nuevos métodos de producción en ramas ya arraigadas de la producción y creando ramas nuevas todavía no explotadas por los grandes capitales. Es completamente falso creer que la historia de la mediana empresa capitalista es una línea recta hacia su gradual desaparición. Por el contrario, el curso real de su desarrollo es puramente dialéctico y se mueve constantemente entre contradicciones.

Las capas medias capitalistas, al igual que la clase obrera, se encuentran bajo la influencia de dos tendencias opuestas, una que tiende a elevarla y otra que tiende a hundirla. La tendencia descendente es el continuo aumento en la escala de la producción, que periódicamente supera las dimensiones de los capitales medios, expulsándolos repetidamente de la arena de la competencia mundial. La tendencia ascendente es la desvalorización periódica de los capitales existentes, que durante cierto tiempo rebaja la escala de la producción, en proporción al valor de la cantidad mínima de capital necesaria, y además paraliza temporalmente la penetración de la producción capitalista en nuevas esferas.

No hay que imaginarse la lucha entre la mediana empresa y el gran capital como una batalla periódica en la que la parte más débil ve mermar directamente el número de sus tropas cada vez más, sino, más bien, como una siega periódica de pequeñas empresas, que vuelven a surgir con rapidez solamente para ser segadas de nuevo por la guadaña de la gran industria. Ambas tendencias juegan a la pelota con las capas medias capitalistas, pero al final acaba por triunfar la tendencia descendente, a diferencia de lo que ocurre con el proletariado.

Rosa Luxemburgo. Reforma o revolución, 1901

Un nuevo tipo de máquina entra en escena: el ordenador

A principios de los años 70, el capitalismo entra en crisis. El «boom» económico de la posguerra se ha acabado. Además de toda una serie de modificaciones en el capital financiero, se plantea un cambio en el modelo productivo, una reestructuración del empleo en los países centrales. La industria pesada, otrora paisaje vital de los obreros estereotipados en la propaganda política, es enviada a ultramar, desmontada reactor por reactor, chimenea por chimenea. Si la máquina de vapor significó el fin de los artesanos, ahora entra en escena un nuevo tipo de máquina que revolucionará la producción capitalista: el ordenador.

El aumento exponencial de capacidad computacional y de telecomunicaciones produjo desde el primer momento una gran expansión del sector de servicios en los países centrales. Abundan historias personales de ex-trabajadores de la industria automovilística reconvertidos en empleados de oficina tras una breve formación en una escuela técnica o en la universidad. Como contaban algunos empleados «reconvertidos», las condiciones en el nuevo empleo son mejores, pero no hay organización ni conciencia de clase y se arriesgan al despido si suenan lo mas mínimamente comunistas.

Pero no se trata solamente de obreros de la industria clásica reconvertidos, como ocurrió en el pasado con los artesanos independientes. Los oficios «intelectuales», que habían ocupado un lugar del «pequeña burguesía corporativa», tomando a su carga la organización del trabajo dentro de las empresas, el estado o los hospitales, también se proletarizaban: ingenieros, científicos, médicos, arquitectos, periodistas y otras profesiones, se vuelven redundantes. Nuevos programas informáticos calculan, modelan y planifican mas rápidamente y con mayor seguridad que la que cualquier ingeniero puede tener.

La hemeroteca del periodista esta a tres clics de ratón, el científico se ve reducido a apretar botones en una maquina de PCR siguiendo procedimientos estandarizados ¡¡un proceso idéntico a las máquinas de las fábricas de antaño!!

El capitalismo esta destruyendo una de las principales divisiones que dificultaban la afirmación de la clase universal: la diferenciación entre el trabajo manual y el intelectual. La fetichización extemporánea del trabajador manual del siglo pasado no tiene ningún sentido sencillamente porque la identificación exclusiva del proletariado con el trabajo manual no tiene base en la estructura productiva del capitalismo actual. De hecho, podemos decir que la identificación reductora del proletariado a los trabajadores manuales, contribuye hoy por hoy a la confusión general y dificulta la toma de conciencia por parte de una clase cada vez más precarizada que ya no es llamada a producir en grandes fábricas y que en su mayoría no ha tenido contacto con ellas.

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