Fronteras de clase
Posiciones políticas básicas que expresan la naturaleza del proletariado como clase universal y cuya negación significa el paso de una tendencia o método de análisis al campo contrario de clase.
Significado de las fronteras de clase
Los ejes que definen las fronteras de clase son fundamentalmente dos: el internacionalismo y centralismo. El internacionalismo expresa la naturaleza universal del proletariado en su sentido geográfico más evidente: la unidad de intereses de la clase con independencia del lugar donde sea explotada; el centralismo su naturaleza como unidad histórica determinada por su futuro y su programa, no por las divisiones, fracturas y cicatrices que, en cada momento, reflejan la alienación propia e inevitable de una sociedad dividida en clases.
Así, en la decadencia, cuando apoyar cualquier conflicto interburgués no puede tener ya un sentido progresivo, tomar partido ante cualquier conflicto bélico entre dos fracciones burguesas o dos estados cualesquiera, no puede ser sino una negación del internacionalismo más básico, convirtiendo a quien lo defiende en un reclutador para la matanza imperialista. No hay otra táctica posible frente a cualquier enfrentamiento interno en la clase dominante o entre esta y facciones o grupos partidarios de formas alternativas de capitalismo de estado que el derrotismo revolucionario.
Y del mismo modo, cuando una organización o corriente postula la necesidad de dividir las luchas o las expresiones políticas de la clase en función de situaciones que vienen dadas por las condiciones contingentes de explotación (tipo de contrato, empresa contratante etc.) o de «identidades» definidas por discriminaciones sufridas (raza, nacionalidad, sexo, grupo etario, etc.), en realidad se está aceptando la existencia de intereses diferenciados de forma permanente.
Desaparecería en ambos casos la universalidad del programa y con ellos el carácter de clase universal. En el primero la universalidad sería sustituida por una mera suma cambiante de intereses particulares nacidos de la organización del trabajo que en cada momento decida el capital. En el segundo, el programa de clase estaría supeditado a los intereses de supuestos sujetos políticos (la raza, la nación, el sexo, la generación) que trascenderían la división de clases de la sociedad.
Rizando el rizo, algunas versiones -como el llamado «feminismo de clase»- intentan conciliar la clase con la división identitaria. El sujeto político revolucionario se definiría por la «intersección» de dos «identidades», la de clase y la sexual, generando dos sujetos políticos diferenciados con sus propios programas y organizaciones más o menos compatibles (el proletariado femenino y el masculino); pero el proletariado no es una «identidad» y la «cultura de clase», no hablemos de la «cultura de clase femenina» o la «cultura de clase masculina», dista mucho de la consciencia de clase.
No se fundamenta en la particularidad de unas condiciones o experiencias determinadas sino en la universalidad de la explotación, que es la que impulsa un programa, una perspectiva basada en la afirmación de las necesidades humanas genéricas, universales... la única perspectiva que es portadora del único modo de producción que puede superar al capitalismo, el comunismo, que es a su vez el fin de toda explotación y opresión en el seno de la especie.
El camino que lleva a cruzar las fronteras de clase transita diversas formas de oportunismo pero se alimenta siempre de un debilitamiento de la moral comunista: la confianza en las capacidades de la clase trabajadora universal para imponer la satisfacción de las necesidades humanas como criterio ordenador de la sociedad y su metabolismo productivo.
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