Decadencia

Decadencia

Un modo de producción entra en fase de decadencia histórica cuando las relaciones de producción que lo caracterizan dejan de ser formas de desarrollo de las fuerzas productivas para convertirse en trabas al libre desarrollo de esas mismas fuerzas. En consecuencia, desarrollo y crecimiento económico se disocian.

Las bases de la decadencia del capitalismo

Desde el mismo Manifiesto de 1848 el movimiento comunista tuvo claro que la tendencia expansiva del capitalismo alcanzaría un límite objetivo y que para ese momento la clase obrera ya supondría una fuerza social y productiva prácticamente universal.

El desarrollo de la gran industria socava bajo los pies de la burguesía las bases sobre las que ésta produce y se apropia lo producido. La burguesía produce, ante todo, sus propios sepultureros. Su hundimiento y la victoria del proletariado son igualmente inevitables.

¿Pero cuáles eran los límites objetivos del desarrollo progresivo del capitalismo? ¿Cuándo entraría en decadencia el sistema haciendo necesaria su superación como programa inmediato para los trabajadores? Para descubrirlo Marx inicia una investigación de años, que quedará en buena parte inconclusa, pero que desvela lo esencial bajo la nube ideológica de la Teoría Económica burguesa: «El Capital».

Su primer descubrimiento es que el capitalismo es un sistema mercantil, centrado en la producción de mercancías. No todo producto es una mercancía, la mercancía se produce no para ser consumida sino para ser vendida, supone por tanto la propiedad privada. Hay sin embargo distintas economías mercantiles diferentes del capitalismo. Lo que define al capitalismo es una relación social nueva: la relación capital-trabajo.

El trabajo, la fuerza de trabajo en realidad, en el capitalismo es una mercancía más. Una mercancía que tiene un precio de mercado, el salario. Y que tiene una propiedad única: genera el incremento de valor de los productos respecto al coste de sus componentes, incluido el trabajo (cuyo coste es el salario). Es ese incremento de valor (la plusvalía), el que al realizarse (venderse la mercancía a un precio mayor que el de sus componentes sumados) produce la ganancia, el beneficio... beneficio que se acumula en una nueva forma: el capital.

Capital que a su vez tendrá que «rentabilizarse» aplicándolo (invirtiéndolo) a nuevos ciclos de producción que generen nuevas plusvalías y por tanto beneficios engrosando de nuevo el capital.

Marx entonces estudia cómo son las dinámicas de evolución del capital en el supuesto de una economía ideal 100% capitalista donde solo existe un único capitalista y la producción se vende integramente. Esto permite desenmascarar el origen del crecimiento del valor en el trabajo impago sin tener que entrar en el análisis del mercado de capitales y como se reparte la ganancia entre los capitalistas.

En el modelo del primer libro de «El Capital» plusvalía y ganancia son iguales porque solo hay una empresa. Esa reducción le permite además aislar las tendencias más importantes, entre ellas la de la tendencia a la baja de la tasa de ganancia que conlleva el aumento de la masa de productos fabricados y el del peso relativo del trabajo muerto (el capital invertido en máquinas, edificios, etc.) sobre el trabajo vivo (trabajo realizado por personas comprado por el capitalista).

Todo esto es importantísimo porque explica cómo y por qué en su propia lógica interna el capitalismo empuja, acerca a la humanidad hacia la abundancia, desarrollando sus capacidades productivas y el conocimiento entre los estremecimientos y miserias propias de un sistema que en cada ciclo tiende a pauperizar a más y más trabajadores hasta llegar al absurdo de la super-producción capitalista en tiempos de crisis.

Pero eso no niega que Marx sea plenamente consciente de que entre crisis y crisis hay algo más y que ese algo más está relacionado precisamente con el sector no capitalista de la economía mercantil mundial: todos esos campesinos independientes que no explotan trabajadores, los artesanos, etc. que producen mercancías sin producir plusvalor. Los sectores productivos que habían sido mayoritarios hasta la llegada del capitalismo y a los cuales el capitalismo parasita.

¿Por qué los parasita? Porque dado que la plusvalía es trabajo no pagado, por definición los trabajadores no pueden pagar el total de la producción. Darles crédito para hacerlo, solo deja el problema para más adelante. Que la propia burguesía «consuma» la plusvalía total producida imposibilitaría la acumulación del capital. Mover los excedentes de unos sectores más capitalizados a otros tampoco podría hacerse si no es a costa de destruir el capital.

Debido a las «restringidas bases» del sector capitalista solo puede haber «sobreproducción», es decir, los salarios no son suficientes para comprar todo lo producido... el capitalismo necesita desde el primer momento expandirse. En primer lugar hacia sus mercados no-capitalistas internos. En segundo lugar hacia los exteriores. Ese fue el motor material de la expansión mundial del capitalismo.

Puesto que el fin del capital no es la satisfacción de las necesidades, sino la producción de ganancias, y puesto que sólo logra esta finalidad en virtud de métodos que regulan el volumen de la producción con arreglo a la escala de la producción, y no a la inversa, debe producirse constantemente una escisión entre las restringidas dimensiones del consumo sobre bases capitalistas y una producción que tiende constantemente a superar esa barrera que le es inmanente.

Por lo demás, el capital se compone de mercancías, y por ello la sobreproducción de capital implica la sobreproducción de mercancías. De ahí el curioso fenómeno de que los mismos economistas que niegan la sobreproducción de mercancías, admitan la de capital.

Si se dice que dentro de los diversos ramos de la producción no se da una sobreproducción general, sino una desproporción, ello no significa sino que, dentro de la producción capitalista, la proporcionalidad entre los diversos ramos de la producción se establece como un proceso constante a partir de la despro­porcionalidad, al imponérsele aquí la relación de la producción global, como una ley ciega, a los agentes de la producción, y no sometiéndose a su control colectivo como una ley del proceso de producción captada por su intelecto asociado, y de ese modo dominada.

Además, de esa manera se exige que países en los cuales el modo capitalista de producción no está desarrollado, hayan de consumir y producir en un grado adecuado a los países del modo capitalista de producción.

Si se dice que la sobreproducción es sólo relativa, ello es totalmente correcto; pero ocurre que todo el modo capitalista de producción es sólo un modo de producción relativo, cuyos límites no son absolutos, pero que sí lo son para él, sobre su base. ¿Cómo, de otro modo, podría faltar la demanda de las mismas mercancías de que carece la masa del pueblo, y cómo sería posible tener que buscar esa demanda en el extranjero, en mercados más distantes, para poder pagar a los obreros del propio país el promedio de los medios de subsistencia imprescindibles?

Porque sólo en este contexto específico, capitalista, el producto excedentario adquiere una forma en la cual su poseedor sólo puede ponerlo a disposición del consumo en tanto se reconvierta para él en capital. Por último, si se dice que, en última instancia, los capitalistas sólo tienen que intercambiar entre sí sus mercancías y comérselas, se olvida todo el carácter de la producción capitalista, y se olvida asimismo que se trata de la valorización del capital, y no de su consumo.

En suma, todos los reparos contra las manifestaciones palpables de la sobreproducción (manifestaciones éstas que no se preocupan por tales reparos) apuntan a señalar que los límites de la producción capitalista no son limitaciones de la producción en general, y por ello tampoco lo son de este modo específico de producción, el capitalista.

Pero la contradicción de este modo capitalista de producción consiste precisamente en su tendencia hacia el desarrollo absoluto de las fuerzas productivas, la cual entra permanentemente en conflicto con las condiciones específicas de producción dentro de las cuales se mueve el capital, y que son las únicas dentro de las cuales puede moverse.

Carlos Marx. Capítulo XV del libro III de «El Capital», 1867.

De lo que se deduce que hay un límite al desarrollo progresivo del capitalismo, una frontera a partir de la cual podemos decir que el sistema ha entrado en decadencia. Como en todos los modos de producción anteriores, existe un momento a partir del cual las relaciones de producción...

de formas de desarrollo de las fuerzas productivas que eran, estas relaciones se convierten en trabas de estas fuerzas. Entonces se abre una era de revolución social.

Carlos Marx. Prefacio a la «Contribución a la Crítica de la Economía Política, enero de 1859

Imperialismo y decadencia

La carencia crónica de mercados del capitalismo solo podía llevar a alcanzar tal límite y dar paso a la decadencia. Un momento que se expresaría «con vientos de catástrofe» bélica.

La existencia de adquirentes no capitalistas de la plusvalía es una condición vital directa para el capital y su acumulación. En tal sentido, tales adquirentes son el elemento decisivo en el problema de la acumulación del capital. Pero de un modo o de otro, de hecho, la acumulación del capital como proceso histórico, depende, en muchos aspectos, de capas y formas sociales no capitalistas. (…) El capitalismo necesita, para su existencia y desarrollo, estar rodeado de formas de producción no capitalistas. (…) La segunda condición previa fundamental, tanto para la adquisición de medios de producción, como para la realización de la plusvalía, es la ampliación de la acción del capitalismo a las sociedades de economía natural.(…)

El imperialismo es la expresión política del proceso de la acumulación del capital en su lucha para conquistar los medios no capitalistas que no se hallen todavía agotados. Geográficamente, estos medios abarcan, todavía hoy, los más amplios territorios de la Tierra.

Pero comparados con la potente masa del capital ya acumulado en los viejos países capitalistas, que pugna por encontrar mercados para su plusproducto, y posibilidades de capitalización para su plusvalía; comparados con la rapidez con la que hoy se transforman en capitalistas territorios pertenecientes a culturas precapitalistas, o en otros términos: comparados con el grado elevado de las fuerzas productivas del capital, el campo parece todavía pequeño para la expansión de éste. Esto determina el juego internacional del capital en el escenario del mundo.

Dado el gran desarrollo y la concurrencia cada vez más violenta de los países capitalistas para conquistar territorios no capitalistas, el imperialismo aumenta su agresividad contra el mundo no capitalista, agudizando las contradicciones entre los países capitalistas en lucha. Pero cuanto más violenta y enérgicamente procure el capitalismo el hundimiento total de las civilizaciones no capitalistas, tanto más rápidamente irá minando el terreno a la acumulación del capital.

El imperialismo es tanto un método histórico para prolongar la existencia del capital, como un medio seguro para poner objetivamente un término a su existencia. Con eso no se ha dicho que este término haya de ser alegremente alcanzado. Ya la tendencia de la evolución capitalista hacia él se manifiesta con vientos de catástrofe.

Rosa Luxemburgo. «La acumulación de capital», 1913.

La catástrofe que levantaría acta de la entrada del sistema en decadencia vino en la forma de una guerra mundial que abrió también la era de las revoluciones proletarias.

El capitalismo es la primera forma económica con capacidad de desarrollo mundial. Una forma que tiende a extenderse por todo el ámbito de la Tierra y a eliminar a todas las otras formas económicas; que no tolera la coexistencia de ninguna otra.

Pero es también la primera que no puede existir sola, sin otras formas económicas de qué alimentarse, y que al mismo tiempo que tiene la tendencia a convertirse en forma única, fracasa por la incapacidad interna de su desarrollo. Es una contradicción histórica viva en sí misma. Su movimiento de acumulación es la expresión, la solución constante y, al mismo tiempo, la graduación de la contradicción.

A una cierta altura de la evolución, esta contradicción sólo podrá resolverse por la aplicación de los principios del socialismo; de aquella forma económica que es, al mismo tiempo, por naturaleza, una forma mundial y un sistema armónico, porque no se encaminará a la acumulación, sino a la satisfacción de las necesidades vitales de la humanidad trabajadora misma y a la expansión de todas las fuerzas productivas del planeta.

Rosa Luxemburgo. «La acumulación de capital», 1913.

Guerra mundial imperialista y decadencia

El síntoma de que el capitalismo no podía ya expandirse sin consecuencias cataclísmicas fue un fenómeno inédito, una guerra imperialista que era también mundial porque mundial era ya la expansión del sistema. Es el momento en el que las contradicciones que expresaba el imperialismo se hacen evidentes e irresolubles a escala mundial. El momento en el que se puede decir que el capitalismo, como un todo, ha entrado en decadencia.

Federico Engels dijo una vez: «La sociedad capitalista se halla ante un dilema: avance al socialismo o regresión a la barbarie». ¿Qué significa «regresión a la barbarie» en la etapa actual de la civilización europea?

Hemos leído y citado estas palabras con ligereza, sin poder concebir su terrible significado. En este momento basta mirar a nuestro alrededor para comprender qué significa la regresión a la barbarie en la sociedad capitalista. Esta guerra mundial es una regresión a la barbarie. El triunfo del imperialismo conduce a la destrucción de la cultura, esporádicamente si se trata de una guerra moderna, para siempre si el periodo de guerras mundiales que se acaba de iniciar puede seguir su maldito curso hasta las últimas consecuencias.

Así nos encontramos, hoy tal como lo profetizó Engels hace una generación, ante la terrible opción: o triunfa el imperialismo y provoca la destrucción de toda cultura y, como en la antigua Roma, la despoblación, desolación, degeneración, un inmenso cementerio; o triunfa el socialismo, es decir, la lucha consciente del proletariado internacional contra el imperialismo, sus métodos, sus guerras.

Tal es el dilema de la historia universal, su alternativa de hierro, su balanza temblando en el punto de equilibrio, aguardando la decisión del proletariado. De ella depende el futuro de la cultura y la humanidad. En esta guerra ha triunfado el imperialismo. Su espada brutal y asesina ha precipitado la balanza, con sobrecogedora brutalidad, a las profundidades del abismo de la vergüenza y la miseria. Si el proletariado aprende a partir de esta guerra y en esta guerra a esforzarse, a sacudir el yugo de las clases dominantes, a convertirse en dueño de su destino, la vergüenza y la miseria no habrán sido en vano.

Rosa Luxemburgo. La crisis de la socialdemocracia alemana, 1915.

¿Decadencia significa crisis permanente?

Como hemos visto, la tendencia a la crisis está presente en la propia lógica de la acumulación de capital. Una vez acabados los periodos de reconstrucción que siguen a las grandes guerras imperialistas generalizadas, la tendencia a la crisis actúa de forma sostenida y permanente en la decadencia.

Pero una tendencia no significa que la acumulación cese o que el capital se autodevalúe, ni siquiera que, de forma continuada, la producción disminuya. Lo que se transforma es el significado de la acumulación y lo que emerge es la incapacidad del sistema en decadencia para desarrollar su principal fuerza productiva del sistema: el proletariado.

Al contrario de lo que cree la mayoría de la vanguardia revolucionaria de hoy (y entiendo por tal únicamente grupos y personas que señalan en Rusia la contrarrevolución y el capitalismo de Estado), no todo desarrollo de los instrumentos de producción es positivo, por más que arroje índices ascendentes de mercancías, haga ingenieros y acrezca el número de trabajadores.

Es tiempo de terminar con un materialismo de tan simplón jaez, engendrador de torpezas teóricas y de derrotas proletarias. Para ser progresivo, el desarrollo de los medios de producción debe ir acompañado de un aumento del consumo de la población laborante, de su cultura y su libertad. La propia burguesía lo ha realizado así en línea relativamente recta hasta el momento de su crisis decisiva.

G.Munis. La antigua china de Mao Tse-tung, 1959

El resultado es, en primer lugar una crisis permanente como civilización, como modo de producción capaz de generar desarrollo humano. En la decadencia, de hecho, y esto es lo decisivo, el desarrollo *económico*, es decir, los avances de la acumulación del capital, cada vez están más reñidos con el desarrollo humano.

Una sociedad o tipo de civilización está en desarrollo mientras van ampliándose y propagándose los factores estructurales y superestructurales contenidos en su original impulso, aquellos que han constituido su razón de ser, su necesidad histórica, su justificación humana. Porque un tipo de civilización -vale decir una clase- nunca se ha formado y elevado al rango de dominante sino como representación positiva, siquiera incompleta, de todas las clases, incluso de las que cargan con la peor suerte. Su sistema ha de consentir a todos un mejor estar material, cultural, moral, una brizna siquiera de libertad relativamente a la situación anterior. Ese contenido es lo único que cabe llamar desarrollo social.

Lo hemos visto con gran claridad durante el ascenso de la sociedad capitalista. Más que ninguna otra civilización desde la aparición de las clases y del Estado ha acrecido ella la cultura general, la libertad política, las posibilidades nutritivas y cuanto toca a la producción y reproducción de la vida humana, sin mencionar la multitud de consecuencias buenas que trajeron consigo esos tres factores. El mayor dominio de la Naturaleza característico de la civilización capitalista, aún siendo por y para la burguesía principalmente, repercutía más o menos en las clases pobres y explotadas.

Del capitalismo actual ya no puede decirse lo mismo. Su dominio de la Naturaleza, desde la física y la química hasta la genética y psicoanálisis, sigue aumentando. Pero en general ya no redunda sino en peoría para la gran masa de clases pobres.

Se fabrican hoy metales tan resistentes que permiten a las cabinas espaciales atravesar las capas densas de la atmósfera, pero, desde la cacerola hasta el automóvil, los productos ofrecidos en el mercado son de una mala calidad calculada para obligar a renovarlos pronto; se sabe fabricar tejidos de duración más que vitalicia, pero el traje o las medias vendidos por decenas o centenares de millones están confeccionados para convertirse pronto en harapos; se sabe producir alimentos de excelsa calidad y pureza, pero se han vuelto inencontrables, manjar de potentados, para la gran masa, a partir del simple pan;

productos adulterados, cuando no tóxicos, envueltos en plásticos que modifican su composición química; se sabe seleccionar especies animales de carnicería y establo del mejor abasto pero el bistec, el pollo, el cerdo, etc. contienen las hormonas con que los animales han sido cebados artificialmente, mientras la leche es un aguachirle empobrecido de las substancias más indispensables a la nutrición infantil; se pueden construir edificios de habitación más resistentes que una catedral, pero la casa o el apartamento del común de los hombres entran en ruina antes de terminados de pagar.

Complemento inseparable de lo anterior, la radio y la televisión, potentísimos instrumentos de información y de formación cultural, engañan y embrutecen premeditadamente y en todos los continentes a miles de millones de personas, siempre secundadas por la prensa cotidiana; en los centros de enseñanza técnica y universitaria, la juventud es canalizada y conformada según proyectos estatal-capitalistas, al paso que la calidad de la enseñanza va degradándose año tras año; el propio psicoanálisis sirve en fábricas, establecimientos de orientación, publicitarios y policíacos, a operaciones repugnantes que rebajan la mente individual y colectiva.

No tendría fin enumerar todos los aspectos en que el capitalismo (más precisamente dicho, para que el lector no excluya país alguno: la sociedad basada en el trabajo asalariado) esta pervirtiendo la vida cotidiana, corrompiendo cuanto él mismo creó. Hay que completar sin embargo el rápido esbozo anterior señalando dos aspectos aún más graves.

El primero es la condición actual de la clase obrera, esclava del trabajo y del sueño, sin tiempo de solaz en esta época de automatización, sin ninguna libertad en la fábrica, cuartelariamente disciplinada y vigilada por el trío capital, sindicatos, Estado, que por añadidura la someten al destajo, la forma más vil de explotación; obligada para evitar la miseria, a someter al torbellino de esa misma explotación a la mujer además del marido; privada de oficio por el trabajo en briznas [= trabajo precario, NdE]; siempre a merced de la programación dirigista; cada vez más desposeída relativamente a lo que produce y al monto total de la riqueza usurpada por el capital.

Nunca los instrumentos de trabajo y los productos de su trabajo le fueron tan ajenos y oprimentes. El propio automóvil en que circulan numerosos obreros echa varios nudos más a las ataduras que los apresan, miserias que han convertido la sociedad entera en campo de concentración cotidianamente saqueado por sus organizadores, comercio y fisco mediante.

El segundo y más terminante de los dos aspectos mencionados es el totalitarismo político, simultáneamente policíaco y militarista, que ha ido invadiendo el mundo entero, incluso los países en que pervive, carcomida, la democracia burguesa.

Por sí solo, el peso cada vez mas abrumador de ejércitos; producción de guerra y policía representa un factor degenerativo de primer orden en la civilización actual. No se trata únicamente del gasto a pérdida completa que su existencia comporta, mucho mayor de lo que fijan los presupuestos oficiales, ya enorme; tampoco del trabajo baldío, parasitario, perjudicial o criminal encomendado a decenas de millones de personas; lo peor de todo es la función que han adquirido las industrias de guerra, las actividades militares y las policíacas, sin distinción de bloques ni de regímenes políticos.

En efecto, si la industrialización fomentada por el capitalismo nunca fue para el consumo sino a través de la venta de mercancías y del enriquecimiento burgués, con el ingente volumen de la producción bélica -sin olvidar la de los artículos de pacotilla-, conviértese en industrialización por la industrialización, cuya relación con el consumo necesario es cada vez más tenue y falsa.

Y por su parte, policías y ejércitos encarnan el poder por el poder de un capital anónimo, superado por la técnica y las exigencias humanas, que se sobrevive a sí mismo como forma de organización social. En el antiguo Egipto llegó un momento en que el culto de la muerte consumía mas de la mitad del trabajo de la población. En el capitalismo hogañero no se trata de culto, sino de una práctica industrial y física de la muerte que se aproxima al mismo saldo y que ya es apta para asesinar en pocos minutos a la totalidad de la especie humana.

G. Munis. La imposibilidad de desarrollo capitalista, 1972

Esta contradicción entre desarrollo del capital y desarrollo humano -definición canónica de decadencia- se expresa en la tensión hacia todo cuanto prepara la guerra en la cotidianidad del capitalismo en su decadencia: un «crecimiento» malforme en los momentos de bonanza, con un desarrollo monstruoso del estado y la burocracia, el capitalismo de estado, que atiende a la dificultad estructural creciente de mantener cohesionada a la sociedad organizada en torno a una civilización que tiende a descomponerse bajo las fuerzas que ella misma ha creado.

Hace más de cuarenta años que el capitalismo, cubierta su etapa progresiva, contraría las necesidades de libertad económica y política de la Humanidad.

Grandes hecatombes imperialistas, guerras menores, dictaduras militares, stalinistas, fascistas, mengua y corrupción de la libertad en los antiguos países de democracia burguesa, explotación acentuada del proletariado, alargamiento de la jornada de trabajo, reintroducción del destajo, crecimiento monstruoso de la burocracia estatal y privada, de contramaestres, controladores y cronometradores en la industria, de la policía, los ejércitos permanentes y la producción de guerra, conversión de los sindicatos en reguladores de la explotación, manifestaciones todas de la corrupción reaccionaria del capitalismo, lo mismo si se considera cualquier país aislado que todos juntos, los atrasados igual que los adelantados, bloque oriental y occidental a una.

El capitalismo está destruyendo la civilización y degradando al hombre. La más ostentosa señal de esa degradación es que Moscú y Washington puedan aniquilar con un solo gesto a la humanidad entera, mientras intentan hacer creer al mundo que los ejércitos rusos son preferibles a los americanos o los americanos a los rusos. La sola amenaza atómica justificaría de sobra una sublevación que acabase al mismo tiempo que con las bombas nucleares, con todo el aparato bélico y el sistema económico que los necesita.

G.Munis. Llamamiento y exhorto a la nueva generación, 1966

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