Países semicoloniales

Países semicoloniales

Estados formal y legalmente independientes cuyos capitales nacionales sin embargo se revalorizan sobre una o dos industrias primarias de exportación. El estado actúa como redistribuidor de las ganancias dentro del capital nacional asegurando la demanda del resto de sectores productivos. que necesariamente tienen un papel subalterno.

El cuadro general del mundo semicolonial es el de un sector exportador que subvenciona al resto de las inversiones a través del estado, una tendencia permanente a la devaluación y las tormentas monetarias por la huída de capitales y la acaparación de divisas que se producen inevitablemente por la falta de destinos internos de inversión. Y en consecuencia, dificultad para mantener y atraer capitales exteriores y crisis periódicas de las cuentas públicas.

Bases y consecuencias de la economía semicolonial

Históricamente, se trata de capitales nacionales que llegaron relativamente tarde a la competencia capitalista global. En ellos, cuando el capitalismo entraba ya en su fase imperialista apenas comenzaba a despuntar una industria nacional. Cuando finalmente lo hizo los mercados no-capitalistas internos -artesanado, campesinado independiente, etc.- no tenían entidad para generar una demanda suficiente para todo el valor que el sector exportador producía.

Es decir, son capitales nacionales que nacieron ya con una necesidad acuciante de ganar mercados exteriores. En los países de capitalismos más viejos, este hambre de mercados -y de destinos para el capital que se acumulaba en cada ciclo- se tradujo en militarismo y una lucha violenta por colonias, en un aumento brutal de la centralización y concentración de capitales que acabaría en los monopolios y el capitalismo de estado de hoy, y en dos guerras mundiales.

Pero estos capitales nacionales entonces jóvenes, venían de economías coloniales. Aparentemente no les faltaban compradores. Las mismas potencias imperialistas que se ensañaban entre ellas llevando a millones de trabajadores a morir en los campos del honor para asegurarles beneficios, se abastecían de materias primas de todo tipo comprándoles en cantidades masivas. Lógicamente el capital nacional se concentró aun más en estas industrias de exportación.

La paradoja era que los que aparentemente no tenían problemas para exportar, tampoco alcanzaban fácilmente la industrialización masiva que había caracterizado al capitalismo ascendente. La razón es comprensible. El sector primario no aumenta su productividad a la misma velocidad que el industrial y los servicios. Encontrará pronto un límite a la colocación de capitales. Además, la demanda internacional tocará techo tarde o temprano o bajará. Y lo que es aún peor: los precios internacionales variarán según la coyuntura y al concentrarse el capital de los compradores en grandes monopolios, ejercerán cada vez más poder sobre los márgenes.

Como resultado, los beneficios acumulados del sector primario, llegado cierto punto, tendrán dificultades en colocarse en el propio sector. Y fuera de él… no hay poco o nada. La situación de estos países había pasado de ser colonial a… semicolonial.

¿Cómo intentará el capital nacional salir del atolladero? Desarrollando una forma particular de capitalismo de estado que hoy encontramos desde Argentina y Chile a Cuba y México pero también en buena parte de África y Asia:

El estado cargará al sector primario con impuestos a la exportación de dos cifras y con eso mantendrá una base de consumo y una industria protegida arancelariamente y, en muchos casos, subsidiada directamente. Es decir, el estado garantiza la realización de la plusvalía que el mercado por sí mismo no podría realizar, sobre el gravamen de la exportación de un par de productos en el mercado internacional.

En periodos de paz comercial y aumento de los precios de aquello que exportan -como las guerras entre grandes potencias-, el objetivo de los gobiernos será fortalecer al capital nacional cerrando importaciones e intentando crear una base de consumo interno capaz de servir de demanda para la industria.

Este es todo el secreto de los cíclicos milagros suramericanos: la tasa de ganancia aumenta en esos periodos, el capital se reproduce feliz y el estado tiene mano para vender sus políticas de fortalecimiento de la demanda como revoluciones productivas. Son alegrías temporales. El caso venezolano es paradigmático. El boliviano aun más. El argentino, aun partiendo de un capital nacional mucho más desarrollado, ha seguido el guión. Sudáfrica y Turquía, también.

Pero hay más: la falta de mercado interno al que vender nuevos productos produce al capital nacional una carencia endémica de oportunidades para colocarse. Por eso el déficit de balanza de pagos -entradas menos salidas de capital- es endémico. El capital nacional de los países semicoloniales se desangra desde siempre. Y no lo hace por la supuesta naturaleza apátrida del capital nacional o por la traición de una burguesía criolla vendida al imperialismo. Lo hace precisamente porque el capitalismo semicolonial es imperialista.

A falta de mercados a los que exportar mercancías industriales y servicios, exporta capital. Y esas exportaciones, que en momentos de crisis global se convierten en huídas masivas, son las que producen una tendencia permanente a la inflación y la crisis de la divisa.

Que en muchos casos las peculiares condiciones geográficas y económicas no permitan el expansionismo, no niega el juego cotidiano de presiones y alianzas, ni la realidad económica entera. El imperialismo, bajo las condiciones semicoloniales, es exactamente éso que vemos en los países semicoloniales. Turquía y Sudáfrica, tan parecidas a otros países semicoloniales pacíficos pero en vecindarios diferentes, demuestran que la tentanción militarista y expansionista late en las condiciones generales del imperialismo y se manifiesta… cuando hay oportunidad.

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