Colectividades

Colectividades

Colectividades fue el nombre que, hasta la Revolución española, recibieron en español las cooperativas -tanto de trabajo como de consumo- y las explotaciones en régimen comunal puestas en pie por trabajadores. Durante la Revolución el término se extendió a las organizaciones que espontáneamente organizaron la producción y distribución de bienes intentando abastecer a las milicias pero, sobre todo, abolir desde su base el trabajo asalariado y ensayar un metabolismo productivo centrado en la satisfacción directa de las necesidades humanas.

De las primeras cooperativas a la Revolución española

Aunque se considerasen colectividades a las cooperativas de consumo, no se consideraban colectividades las agrupaciones de propietarios minifundistas o ganaderos ni las asociaciones industriales. En ese sentido colectividad es mucho más preciso y al tiempo más amplio que cooperativa. Abraza tanto a cooperativas de trabajo como de consumo, pero deja fuera a las cooperativas de empresas y propietarios.

Fueron colectividades las que pusieron en marcha los primeros sistemas de educación y salud obrera en el siglo XIX, las que levantaron las casas del pueblo a principios del XX y las que financiaron buena parte de las grandes huelgas industriales.

Además, durante los años de la revolución (1936-37) se llamó colectividades a las organizaciones que espontáneamente organizaron la producción y distribución de bienes intentando abastecer a las milicias pero, sobre todo, abolir desde su base el trabajo asalariado y ensayar un metabolismo productivo centrado en la satisfacción directa de las necesidades humanas.

Esta segunda acepción es en realidad la que da pleno sentido al término al revelar las intenciones y objetivos profundos de las experiencias que las precedieron. De hecho, durante la Revolución española, en la mayoría de los casos fueron viejas colectividades de jornaleros -que en pueblos como Llerena integraban consumo y producción- las que sirvieron de esqueleto a las colectividades comarcales y de pueblos enteros que, a partir del 19 de julio, abolieron el salario y procedieron distribuir alimentos y bienes de primera necesidad en función de las necesidades de cada familia.

Vistas en perspectiva, las colectividades fueron un mimbre importante para la organización de la clase trabajadora durante su ascenso como sujeto político y el punto de partida desde el que, en la Revolución, intentó hacerse con el aparato productivo para superar su organización capitalista.

Las colectividades en la Revolución española

Las colectividades en el marco de la Revolución se convirtieron en un momento de la toma del aparato productivo por los trabajadores.

La expropiación del capitalismo por obreros y campesinos tiene necesariamente que iniciarse, como en España, por la toma de posesión por los trabajadores de los grupos económicos tal cual existan. En el campo, carente de la aglutinación celular de la industria, la agrupación se produce espontáneamente sobre la base de pueblos y comarcas que poseen una cierta unidad. Es el punto de partida de la propiedad socialista, pero no la propiedad socialista misma. Se trata de la propiedad de grupo. Ese fue el defecto principal de las colectividades, que aprovechó la combinación reaccionaria de stalinistas, reformistas y burgueses, para expropiar al proletariado.

Las colectividades se extendieron a todo el país en el campo y la ciudad, inmediatamente después de Julio. También contra ellas, los enemigos de la revolución no iniciaron el ataque hasta sentirse protegidos por suficientes fuerzas armadas. La propiedad obrera y campesina fue reconocida generalmente como un hecho consumado.

G. Munis. La propiedad (capítulo VIII de «Jalones de derrota, promesa de victoria», 1947

Pero atención: es un momento en un proceso dinámico. Es la totalidad -la revolución política y social- la que le da sentido. Pero la propiedad de grupo -que eso es una colectividad- solo es eso, un momento, no es socialismo en sí, ni revolucionario en sí, ni siquiera por atacar la mercantilización de la fuerza de trabajo.

La propiedad de grupo no puede ser más que un momento en la transformación socialista de la producción. Es imposible que se conserve sino el tiempo mínimo necesario para que los trabajadores en posesión de las antiguas empresas capitalistas articulen toda la producción y el consumo a escala nacional.

La intención del proletariado y los campesinos al expropiar a la burguesía, no fue en manera alguna la de convertirse ellos mismos en propietarios, sino crear la economía socialista.

La experiencia propia de las colectividades les llevó a comprender que éstas deberían ser el punto de partida de una organización a escala nacional de la producción y la distribución.

La economía socialista debe plantearse siempre dos objetivos principales: satisfacer las necesidades de la población pobre y aprovechar hasta el máximo todos los recursos naturales y posibilidades técnicas. Lo segundo constituye la base de la satisfacción de las necesidades de la población pobre y, desarrollado en escala internacional, ha de crear las condiciones para la desaparición completa de las clases y del Estado.

Tarea irrealizable sin planificar la economía, faltando lo cual ni siquiera es posible aprovechar toda la productividad que permite la técnica moderna. La incautación y puesta en marcha de los centros productores por los trabajadores respectivos era un primer paso obligado. Quedarse en él debía resultar funesto.

G. Munis. La propiedad (capítulo VIII de «Jalones de derrota, promesa de victoria», 1947

Las colectividades no son la punta de lanza solo de los jornaleros (proletariado), también del campesinado independiente en régimen de subsistencia o, al menos, sin asalariados

La derrota no quita valor al ejemplo dado por los campesinos. Hasta ahora, la alianza de éstos con el proletariado, particularmente en los países con restos de organización agraria feudal, planteábase en un terreno desigual.

En el terreno industrial y urbano, expropiación de la burguesía (medidas socialistas); en el campo, distribución de la tierra a los campesinos (medidas democrático-burguesas). La revolución española ha revelado que puede plantearse, al menos en España, la alianza del proletariado y los campesinos sobre una base socialista. Las insuficiencias técnicas del país pueden ser suplidas provisionalmente por la suficiencia revolucionaria del campesinado.

La lucidez socialista de los campesinos aragoneses llegó hasta comprender la necesidad de una coordinación económica entre sus colectividades y las colectividades industriales del proletariado. Del campo vino la primera iniciativa en ese sentido, proponiendo un solo sistema de producción y administración para todas las colectividades.

Por propia experiencia, la idea se impuso también a las colectividades industriales. Pero era absolutamente irrealizable sin la posesión íntegra del poder político por el proletariado y los campesinos. Cuando la idea llegó a ser más o menos clara, ya el Estado capitalista expropiaba al proletariado y el armamento, los órganos de poder y la energía revolucionaria de éste habían sido destruidos en Mayo.

G. Munis. La propiedad (capítulo VIII de «Jalones de derrota, promesa de victoria», 1947

Finalmente, no se debe caer en la manipulación y reinterpretación -constante después de 1968- de las colectivizaciones obreras y las colectividades jornaleras y campesinas como «autogestión».

Las colectividades de 1936-37 en España no son un caso de autogestión antes del nombre. Algunas organizaron una especie de comunismo local sin otras relaciones mercantiles que hacia el exterior, precisamente como las antiguas sociedades de comunismo primitivo. Otras eran cooperativas de oficio o de pueblo, cuyos miembros se distribuían los antiguos beneficios del capital. Todas abandonaron más o menos la retribución de los trabajadores según las leyes del mercado de la fuerza de trabajo, así como, unas más que otras, según el trabajo necesario y el sobretrabajo de donde el capital saca la plusvalía y toda la substancia de su organización social. Además, las colectividades hicieron a las milicias de combate dones en especies tan abundantes como reiterados.

No se puede pues definir las colectividades sino por sus características revolucionarias, en suma, por el sistema de producción y de distribución en ruptura con las nociones capitalistas de valor (de cambio necesariamente), siendo la autonomía de gestión mera forma en contradicción con su contenido profundo. Tanto, que esa fue no sólo causa de sus dificultades, sino lo que permitió al stalinismo y al gobierno a él infeudado, combatirlas y finalmente destruirlas. La autonomía de gestión fue pues la negación de las colectividades. Ellas mismas se dieron cuenta, pero demasiado tarde.

G. Munis. Carta de protesta a la revista «Autogestion et Socialisme» (1972)

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