Centralismo

Centralismo

Tendencia hacia la unificación organizativa que expresa el carácter del proletariado como clase universal.

Fundamento de clase del centralismo

El centralismo se fundamenta en la identidad y unidad de intereses que corresponde a una clase que no lucha por ningún privilegio ni interés particular, sino por intereses genéricos universales en todo el mundo. Por eso internacionalismo y centralismo van de la mano necesariamente en toda expresión genuina de lucha de clases: si el centralismo afirma la unidad de clase dentro de cada una de las expresiones de ésta en un territorio, el internacionalismo la afirma entre ellas.

Centralismo no es concentración del poder en unos pocos sino en todos

En la clase trabajadora, «centralismo» no significa la adhesión a un principio formal, la defensa de una cierta tipología de estructuras de mando. Y desde luego, no significa concentrar el poder en una única persona o grupo, sino por el contrario, extender el ámbito de decisión de cualquier organización de lucha de la clase a todos sus miembros, reflejando el carácter universal que late bajo cada expresión de clase y anteponiéndolo a cualquier particularismo, a cualquier sentimiento o prejuicio, privilegio imaginario o discriminación real. Dicho de otra manera, el centralismo es la expresión organizativa de la idea de unidad de la clase del proletariado como sujeto político universal.

El centralismo de los trabajadores es el de una asamblea que organiza una huelga, no el de un consejo de administración erguido sobre un organigrama. Cuando hay una huelga, la tendencia espontánea es a que su organización recaiga en un único centro: la asamblea de todos los trabajadores y que esa asamblea reúna a todos los trabajadores con independencia de su nacionalidad, su sexo, el contrato de trabajo que tengan -sea fijo o temporal- y quién se lo firme -la empresa principal o una auxiliar.

Cuando la huelga se extiende, los comités (electos, con mandato directo y revocables en cualquier momento) se unen a su vez en «comités de delegados» que, cuando las movilizaciones se generalizan, integran a su vez todo tipo de representaciones de las clases no explotadoras a través de asambleas de barrio, ciudad, etc.

La tendencia a la unidad está también presente en las expresiones comunitarias, defensivas, de clase trabajadora: cajas de resistencia, redes de solidaridad, etc. solo funcionan y se convierten en espacios válidos para el desarrollo de la conciencia de clase si son capaces de superar en la práctica las divisiones identitarias impuestas por una sociedad cuya fractura en clases se expresa bajo mil particularismos y discriminaciones diferenciadas sin superación histórica posible dentro del sistema.

Centralismo y partido

La naturaleza universal de la clase se expresa en todo su ser histórico. Su total alienación de la sociedad, el ser la clase negada en cualquiera de las dimensiones del capitalismo, le hacen vivir y afirmar la negación de toda nacionalidad y de todo particularismo. Esta negación se convierte en afirmación positiva de la universalidad de su movimiento y su proyecto.

Esta revolución es llevada a cabo por la clase a la que la sociedad no considera como tal, no reconoce como clase y expresa ya de por sí la disolución de todas las clases, nacionalidades, etc., dentro de la actual sociedad

Marx y Engels. La Ideología alemana, 1846

En la práctica organizativa del partido esto se traduce en centralismo.

En toda la socialdemocracia se da un espíritu centralista pronunciado. Por haber crecido en el suelo económico del capitalismo, que es centralista por tendencia, y por estar obligada a presentar su batalla en el marco político del gran Estado centralizado burgués, la socialdemocracia es, ya de nacimiento, una enemiga decidida de todo particularismo y todo federalismo.

Como quiera que la socialdemocracia tiene que defender los intereses generales del proletariado en cuanto clase en el marco de un Estado concreto, frente a los intereses parciales y de grupo del proletariado, manifiesta la tendencia lógica de fusionar en un solo partido unitario a todos los grupos nacionales, religiosos y profesionales de la clase obrera. (...) El centralismo socialdemócrata tiene que ser de un carácter esencialmente distinto al blanquista; no puede ser otra cosa más que la concentración impetuosa de la voluntad de la vanguardia consciente y militante de la clase obrera frente a sus grupos e individuos aislados, es, por así decirlo, el «autocentralismo» del sector dirigente del proletariado

Rosa Luxemburgo. Problemas de organización de la socialdemocracia rusa, 1904

El centralismo es una herramienta natural del desarrollo de la conciencia de clase. Al disolver las fronteras e «identidades» creadas por la sociedad de clases y el capitalismo dentro del proletariado, afirma la unidad y universalidad de su proyecto histórico inmediato, el socialismo, al tiempo que desarrolla cada lucha concreta hasta su máximo, que es también el máximo de su centralización.

No es por tanto de extrañar que ya las primeras organizaciones políticas de clase (los «comunistas icarianos» de Cabet y la «Liga de los justos» de Weitling) funcionaran centralizadamente a través de redes de correspondencia internacional en actividad permanente y congresos únicos en las que los participantes eran auténticos delegados que llevaban las propuestas y resultados del trabajo sobre los textos a debate de los que no podían viajar. Que todavía en la primera mitad del siglo XIX se afirmara la igualdad, dentro de una organización única, de todos sus miembros, con independencia de su sexo, nacionalidad u origen etno-religioso, dice mucho sobre el carácter necesariamente centralista de la organización política de clase.

Más aun si lo ponemos en contraste con las formas de la pequeña burguesía. El federalismo proudhoniano, el caos del secretismo bakuninista y la atomización individualista de los movimientos estudiantiles del 68 o los «occupỳ» expresan bien a una clase que trata de definirse en el consumo y generar «identidades» a medida, frente a una clase que nace de la producción y se enfrenta a la alienación que nace de su organización social.

En la II Internacional, su izquierda -Rosa Luxemburgo, Lenin, Zetkin- lucharon denodadamente contra la formación de grupos «identitarios» nacionales autónomos y contra el planteamiento «federativo» de la organización

La «autonomía» de los Estatutos de 1898 asegura al movimiento obrero judío todo lo que puede necesitar: propaganda y agitación en yiddish, publicaciones y congresos, presentación de reivindicaciones particulares como desarrollo del programa socialdemócrata único común y satisfacción de las necesidades y demandas locales que dimanan de las peculiaridades del modo de vida judío. En todo lo demás es imprescindible la fusión más completa y estrecha con el proletariado ruso, es imprescindible en interés de la lucha de todo el proletariado de Rusia. Y carece de fundamento, por el fondo mismo del asunto, el temor a toda «mayorización» en caso de fusión, pues precisamente la autonomía es una garantía contra la mayorización en las cuestiones particulares del movimiento judío.

Pero en las cuestiones relativas a la lucha contra la autocracia, a la lucha contra la burguesía de toda Rusia, debemos actuar como una organización de combate única y centralizada; debemos apoyarnos en todo el proletariado, sin diferencias de idioma ni de nacionalidad, cohesionado por la solución mancomunada y constante de los problemas teóricos y prácticos, tácticos y de organización, en vez de crear organizaciones que marchen aisladamente, cada una por su propio camino; en vez de debilitar las fuerzas de nuestro embate, fraccionándonos en multitud de partidos políticos independientes; en vez de introducir el aislamiento y la separación para curar después con emplastos de la cacareada «federación» la enfermedad que nos inoculamos artificialmente.

Lenin. «¿Necesita el proletariado judío un partido político independiente?», 1903

Planteamiento que se hacía extensivo a todas las «identidades» que se consideraban en la época -de sexo o generacionales- y que luego se trasladaron a la IIIª Internacional. Como recordaba Clara Zetkin en 1921 a las encargadas de difundir en cada sección nacional el programa de la Internacional entre las mujeres:

No hay más que un sólo movimiento, una sola organización de mujeres comunistas -antes socialistas- en el seno del partido comunista junto a los hombres comunistas. Los fines de los hombres comunistas son nuestros fines, nuestras tareas

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