Acumulación de capital

Acumulación de capital

Ciclo en el que:

  1. Se explota la fuerza de trabajo produciendo plusvalía
  2. Se realiza la plusvalía en el mercado de bienes y servicios;
  3. Se distribuye el resultado de la explotación en forma de ganancia en el mercado de capitales para finalmente...
  4. ...reincorporarse a la producción como capital ampliado.

Fases de la acumulación de capital

1. Explotación de la fuerza de trabajo

A diferencia de anteriores modos de producción, la explotación en el capitalismo toma una forma completamente económica y mercantil. La burguesía no se lleva por la fuerza de las armas el producto del trabajo de los trabajadores. Al revés, compra su fuerza de trabajo en el mercado bajo las condiciones aparentes de un libre intercambio entre iguales.

Lo que caracteriza; pues, a la época capitalista, es que la fuerza de trabajo reviste para el obrero mismo la forma de una mercancía que le pertenece, y su trabajo la forma de trabajo asalariado. Por otro lado, a partir de ese momento se generaliza por primera vez la forma mercantil de los productos del trabajo.

Carlos Marx. El Capital, 1867.

El precio que el capitalista individual paga por la fuerza de trabajo es el salario. Pero si el trabajador tuviera la oportunidad de producir por su cuenta, el salario no sería tal porque se negaría a vender su trabajo a cambio de menos cantidad de bienes que la que podría producir por sí mismo. Por eso la implantación del capitalismo requiere la existencia previa de los trabajadores como proletariado, es decir clase desposeída que no tiene otras mercancías para vender distintas de su propia fuerza de trabajo.

Para la transformación del dinero en capital el poseedor de dinero, pues, tiene que encontrar en el mercado de mercancías al obrero libre; libre en el doble sentido de que por una parte dispone, en cuanto hombre libre, de su fuerza de trabajo en cuanto mercancía suya, y de que, por otra parte, carece de otras mercancías para vender, está exento y desprovisto, desembarazado de todas las cosas necesarias para la puesta en actividad de su fuerza de trabajo.

Carlos Marx. El Capital, 1867

La ausencia de mercancías alternativas que vender lleva a los trabajadores a vender su fuerza de trabajo por su coste de producción. Dicho de otra manera: la masa de salarios pagada por el capital equivale al coste social de reproducir una cantidad y calidad similar de fuerza de trabajo para el siguiente periodo. La fuerza de trabajo en esto no es diferente al resto de mercancías que compra la burguesía para producir.

Los economistas dicen que el hecho de producir -es decir, el consumo de una serie de mercancías para transformarlas en otras mercancías- produce «valor». En el capitalismo eso tiene un significado: «crear valor» significa que la masa de dinero en términos constantes que vuelve al balance de los propietarios del capital al final del ciclo es mayor.

La crítica marxista recuerda que ese «valor añadido» en la producción no es otra cosa que horas de trabajo no remuneradas, el plustrabajo. El plustrabajo es todo el secreto del incremento de valor, es decir de la existencia de esa plusvalía que fascina y ocultan a la vez los economistas con sus teorías del valor.

La producción capitalista, en esencia es producción de plusvalor, absorción de plustrabajo.

Marx. El Capital, 1867

Como las clases dominantes de las sociedades basadas en la división de clases que le precedieron, la burguesía mide el éxito de su economía por su capacidad para apropiarse y dirigir para sus propios fines el resultado del trabajo social. Pero a diferencia de los modos de producción anteriores, el capitalismo tiende a aumentar continuamente la producción y expandir el mercado, transformar las relaciones sociales anteriores en relaciones mercantiles y modificar los medios de producción para permitirle disfrutar de una mayor cantidad de producto social.

La burguesía no puede existir sino a condición de revolucionar incesantemente los instrumentos de producción y, por consiguiente, las relaciones de producción, y con ello todas las relaciones sociales. La conservación del antiguo modo de producción era, por el contrario, la primera condición de existencia de todas las clases industriales precedentes. Una revolución continua en la producción, una incesante conmoción de todas las condiciones sociales, una inquietud y un movimiento constantes distinguen la época burguesa de todas las anteriores.

Todas las relaciones estancadas y enmohecidas, con su cortejo de creencias y de ideas veneradas durante siglos, quedan rotas; las nuevas se hacen añejas antes de llegar a osificarse. Todo lo estamental y estancado se esfuma; todo lo sagrado es profanado, y los hombres, al fin, se ven forzados a considerar serenamente sus condiciones de existencia y sus relaciones recíprocas.

Espoleada por la necesidad de dar cada vez mayor salida a sus productos, la burguesía recorre el mundo entero. Necesita anidar en todas partes, establecerse en todas partes, crear vínculos en todas partes.

Carlos Marx y Federico Engels. «Manifiesto del Partido Comunista», 1848

Para entender cómo el capitalismo lleva en sus propios fundamentos la necesidad de expandirse y aumentar tanto la producción como las capacidades productivas, tenemos que pasar a las siguientes fases del proceso de acumulación e incorporar el mercado de bienes y servicios primero y el de capitales después.

2. Realización de la plusvalía en el mercado

La plusvalía, como toda forma de valor, no existe como tal, no es una propiedad física, es la idealización de una relación social: la relación de explotación del trabajo por el capital que permite a los poseedores de capital apropiarse de fuerza de trabajo sin remunerarla. Pero para el capitalista eso no acaba en la fábrica, no es un acumulador de las mercancías que produce, su objetivo no es acumular un tesoro sino acumular capital.

Y para eso tiene que ir al mercado y convertir la mercancía producida en dinero vendiéndola. Solo cuando la producción sale al mercado y se vende en un nuevo intercambio (el primero fue la compra de materias primas, medios de producción y fuerza de trabajo), la explotación del trabajo se traduce en una cantidad de dinero superior a la invertida. Ese es el momento en que la plusvalía «se realiza», se hace material bajo la forma de dinero.

Una vez realizada, la plusvalía se reintegra al ciclo para producir nueva plusvalía en aún mayor cantidad.

El misterio bajo la circulación de mercancías en el sistema capitalista (dinero que se utiliza para comprar mercancías que, en una forma nueva, se vuelven a vender por una cantidad mayor de dinero) resulta no ser otra cosa que la conversión del dinero en capital. El ciclo de circulación de mercancías que en economías mercantiles anteriores producía todo lo más «atesoramiento», acumulación de dinero que se separaba del ciclo de la producción, en el capitalismo se convierte en ciclo de acumulación de capital.

En su condición de vehículo consciente de ese movimiento, el poseedor de dinero se transforma en capitalista. Su persona, o, más precisamente, su bolsillo, es el punto de partida y de retorno del dinero. El contenido objetivo de esa circulación —la valorización del valor— es su fin subjetivo, y sólo en la medida en que la creciente apropiación de la riqueza abstracta es el único motivo impulsor de sus operaciones, funciona él como capitalista, o sea como capital personificado, dotado de conciencia y voluntad. Nunca, pues, debe considerarse el valor de uso como fin directo del capitalista.

Tampoco la ganancia aislada, sino el movimiento infatigable de la obtención de ganancias. Este afán absoluto de enriquecimiento, esta apasionada cacería en pos del valor de cambio, es común a capitalista y atesorador, pero mientras el atesorador no es más que el capitalista insensato, el capitalista es el atesorador racional. La incesante ampliación del valor, a la que el atesorador persigue cuando procura salvar de la circulación al dinero, la alcanza el capitalista, más sagaz, lanzándolo a la circulación una y otra vez.

Las formas autónomas, las formas dinerarias que adopta el valor de las mercancías en la circulación simple, se reducen a mediar el intercambio mercantil y desaparecen en el resultado final del movimiento. En cambio, en la circulación D - M - D funcionan ambos, la mercancía y el dinero, sólo como diferentes modos de existencia del valor mismo: el dinero como su modo general de existencia, la mercancía como su modo de existencia particular o, por así decirlo, sólo disfrazado. El valor pasa constantemente de una forma a la otra, sin perderse en ese movimiento, convirtiéndose así en un sujeto automático.

Si fijamos las formas particulares de manifestación adoptadas alternativamente en su ciclo vital por el valor que se valoriza, llegaremos a las siguientes afirmaciones: el capital es dinero, el capital es mercancía. Pero, en realidad, el valor se convierte aquí en el sujeto de un proceso en el cual, cambiando continuamente las formas de dinero y mercancía, modifica su propia magnitud, en cuanto plusvalor se desprende de sí mismo como valor originario, se autovaloriza.

El movimiento en el que agrega plusvalor es, en efecto, su propio movimiento, y su valorización, por tanto, autovalorización. Ha obtenido la cualidad oculta de agregar valor porque es valor. Pare crías vivientes, o, cuando menos, pone huevos de oro.

Como sujeto dominante de tal proceso, en el cual ora adopta la forma dineraria o la forma mercantil, ora se despoja de ellas pero conservándose y extendiéndose en esos cambios, el valor necesita ante todo una forma autónoma, en la cual se compruebe su identidad consigo mismo. Y esa forma sólo la posee en el dinero. Es por eso que éste constituye el punto de partida y el punto final de todo proceso de valorización. Era £ 100, y ahora es £ 110, etcétera.

Pero el dinero mismo sólo cuenta aquí como una forma del valor, ya que éste tiene dos formas. Sin asumir la forma mercantil, el dinero no deviene capital. El dinero, pues, no se presenta aquí en polémica contra la mercancía, como ocurre en el atesoramiento. El capitalista sabe que todas las mercancías, por zaparrastrosas que parezcan o mal que huelan, en la fe y la verdad son dinero, judíos interiormente circuncidados, y por añadidura medios prodigiosos para hacer del dinero más dinero.

Carlos Marx. «El Capital», libro I, capítulo IV

Un elemento a tener en cuenta en esta fase es que debido a las «restringidas bases» del sector capitalista de toda economía solo puede haber «sobreproducción», es decir, por definición los salarios no son suficientes para comprar todo lo producido... el proceso de acumulación o lo que es lo mismo, el capitalismo, necesita desde el primer momento expandirse. En primer lugar hacia sus mercados no-capitalistas internos. En segundo lugar hacia los exteriores. Ese fue el motor material de la expansión mundial del capitalismo.

Puesto que el fin del capital no es la satisfacción de las necesidades, sino la producción de ganancias, y puesto que sólo logra esta finalidad en virtud de métodos que regulan el volumen de la producción con arreglo a la escala de la producción, y no a la inversa, debe producirse constantemente una escisión entre las restringidas dimensiones del consumo sobre bases capitalistas y una producción que tiende constantemente a superar esa barrera que le es inmanente. Por lo demás, el capital se compone de mercancías, y por ello la sobreproducción de capital implica la sobreproducción de mercancías.

De ahí el curioso fenómeno de que los mismos economistas que niegan la sobreproducción de mercancías, admitan la de capital. Si se dice que dentro de los diversos ramos de la producción no se da una sobreproducción general, sino una desproporción, ello no significa sino que, dentro de la producción capitalista, la proporcionalidad entre los diversos ramos de la producción se establece como un proceso constante a partir de la despro­porcionalidad, al imponérsele aquí la relación de la producción global, como una ley ciega, a los agentes de la producción, y no sometiéndose a su control colectivo como una ley del proceso de producción captada por su intelecto asociado, y de ese modo dominada.

Además, de esa manera se exige que países en los cuales el modo capitalista de producción no está desarrollado, hayan de consumir y producir en un grado adecuado a los países del modo capitalista de producción. Si se dice que la sobreproducción es sólo relativa, ello es totalmente correcto; pero ocurre que todo el modo capitalista de producción es sólo un modo de producción relativo, cuyos límites no son absolutos, pero que sí lo son para él, sobre su base.

¿Cómo, de otro modo, podría faltar la demanda de las mismas mercancías de que carece la masa del pueblo, y cómo sería posible tener que buscar esa demanda en el extranjero, en mercados más distantes, para poder pagar a los obreros del propio país el promedio de los medios de subsistencia imprescindibles?

Porque sólo en este contexto específico, capitalista, el producto excedentario adquiere una forma en la cual su poseedor sólo puede ponerlo a disposición del consumo en tanto se reconvierta para él en capital. Por último, si se dice que, en última instancia, los capitalistas sólo tienen que intercambiar entre sí sus mercancías y comérselas, se olvida todo el carácter de la producción capitalista, y se olvida asimismo que se trata de la valorización del capital, y no de su consumo.

En suma, todos los reparos contra las manifestaciones palpables de la sobreproducción (manifestaciones éstas que no se preocupan por tales reparos) apuntan a señalar que los límites de la producción capitalista no son limitaciones de la producción en general, y por ello tampoco lo son de este modo específico de producción, el capitalista. Pero la contradicción de este modo capitalista de producción consiste precisamente en su tendencia hacia el desarrollo absoluto de las fuerzas productivas, la cual entra permanentemente en conflicto con las condiciones específicas de producción dentro de las cuales se mueve el capital, y que son las únicas dentro de las cuales puede moverse.

Carlos Marx. Capítulo XV del libro III de «El Capital», 1867.

La carencia crónica de mercados del capitalismo solo podía llevar a alcanzar un límite. Límite que supone el paso del capitalismo ascendente a la decadencia del modo de producción capitalista. Ese límite vendría anunciado por la entrada del capitalismo en su fase imperialista y precedido por «vientos de catástrofe» bélica.

La existencia de adquirentes no capitalistas de la plusvalía es una condición vital directa para el capital y su acumulación. En tal sentido, tales adquirentes son el elemento decisivo en el problema de la acumulación del capital. Pero de un modo o de otro, de hecho, la acumulación del capital como proceso histórico, depende, en muchos aspectos, de capas y formas sociales no capitalistas. (…)

El capitalismo necesita, para su existencia y desarrollo, estar rodeado de formas de producción no capitalistas. (…) La segunda condición previa fundamental, tanto para la adquisición de medios de producción, como para la realización de la plusvalía, es la ampliación de la acción del capitalismo a las sociedades de economía natural.(…)

El imperialismo es la expresión política del proceso de la acumulación del capital en su lucha para conquistar los medios no capitalistas que no se hallen todavía agotados. Geográficamente, estos medios abarcan, todavía hoy, los más amplios territorios de la Tierra.

Pero comparados con la potente masa del capital ya acumulado en los viejos países capitalistas, que pugna por encontrar mercados para su plusproducto, y posibilidades de capitalización para su plusvalía; comparados con la rapidez con la que hoy se transforman en capitalistas territorios pertenecientes a culturas precapitalistas, o en otros términos: comparados con el grado elevado de las fuerzas productivas del capital, el campo parece todavía pequeño para la expansión de éste.

Esto determina el juego internacional del capital en el escenario del mundo. Dado el gran desarrollo y la concurrencia cada vez más violenta de los países capitalistas para conquistar territorios no capitalistas, el imperialismo aumenta su agresividad contra el mundo no capitalista, agudizando las contradicciones entre los países capitalistas en lucha.

Pero cuanto más violenta y enérgicamente procure el capitalismo el hundimiento total de las civilizaciones no capitalistas, tanto más rápidamente irá minando el terreno a la acumulación del capital. El imperialismo es tanto un método histórico para prolongar la existencia del capital, como un medio seguro para poner objetivamente un término a su existencia. Con eso no se ha dicho que este término haya de ser alegremente alcanzado. Ya la tendencia de la evolución capitalista hacia él se manifiesta con vientos de catástrofe.

Rosa Luxemburgo. «La acumulación de capital», 1913.

3. Distribución del resultado de la explotación en forma de ganancia a través del mercado de capitales

El capital ampliado con nuevas ganancias no está atado a una empresa. En realidad, las distintas empresas no son sino colocaciones posibles del capital que compiten entre sí en el mercado de capitales por ser más atractivas, es decir, ofrecer mejores tasas de ganancia a los capitales que buscan colocación. La función del mercado de capitales es precisamente homogeneizar las tasas de ganancia de las distintas colocaciones.

Se comportan entre sí como se comportarían si nos representasemos la suma global de los capitales que forman el capital de las clases capitalistas como una magnitud sobre la que se calculara la plusvalía total[...] No cabe duda de que, calculado así, cada fragmento de este capital global percibiría una parte alícuota de la plusvalía total, con arreglo a la proporción en la que participara de ella.[...]

El volumen de ganancia depende del volumen del capital, del numero de shares in that general capital which are owned by the capitalist, de ahí que la competencia entre los capitales trate de considerar cada capital de por sí como un fragmento del capital global, regulando a tono con ello su participación en la plusvalía y, por tanto, en la ganancia.

Los capitalistas tienden a repartirse entre ellos (tendencia en la que consiste precisamente la competencia) la cantidad de trabajo no retribuido que estrujan a la clase trabajadora -o los productos de esa cantidad de trabajo- no en la proporción en que un capital específico produce directamente plustrabajo, sino, primero, en aquella en que este capital específico representa una parte alícuota del capital global y, segundo, en la proporción en que el capital global produce plustrabajo. Los capitalistas se reparten el botín del trabajo ajeno apropiado como enemigos fraternales, de tal modo que por término medio, el uno se apropia de la misma cantidad de trabajo no retribuido que el otro.

Carlos Marx. Teorías de la Plusvalía, capítulo VIII.

Al igualar -o tender a igualar- las tasas de ganancia de las posibles colocaciones del capital, la equivalencia entre el plustrabajo/plusvalor extraído y la ganancia obtenida por el capital en un país o un ramo industrial salta por los aires, ni hablemos de una empresa particular. Se vuelve en el mejor de los casos una casualidad, un anómalo estadístico. De hecho, de forma general, la plusvalía será diferente de la ganancia en cada empresa particular.

4. Reincorporación a la producción como capital ampliado (objetivo de la acumulación de capital)

El mercado de capitales «cierra» como sistema al capitalismo, orientando los usos del capital, es decir, las formas concretas de explotación hacia sus formas más eficientes para los objetivos del sistema, es decir, «revoluciona incesantemente los medios de producción» incorporando innovaciones técnicas y organizativas que permitirán al capital como un todo extraer más plustrabajo.

No obstante, una de las características del capitalismo en su decadencia es que la ausencia crónica de mercados produce una carencia de aplicaciones rentables para el capital. No todo puede colocarse sin ahogar la tasa de ganancia. El capital «sobre-acumulado» en relación a la demanda, se deriva hacia la especulación y se convierte en capital ficticio: el que vemos en las bolsas, los mercados de futuros, etc. Una masa gigantesca de capital, es decir, de derechos de explotación, separada de la producción y por tanto con pies de barro, que actúa como acelerante del carácter catastrófico de las crisis financieras.

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